lunes, diciembre 25, 2006

Oldboy (2003) de Park Chan-wook; Los Orientales Siempre Van a Ser los Más Originales, Siempre



Vuelvo a ver la película de Chan-wook Park y me doy cuenta de que me gustó mucho más cuando la vi por primera vez. Quizás sea por la perspectiva, distinta de lo habitual. Me explico, un amigo me comenta la trama minutos antes de decidir “conseguirla”; muy simple… Un tipo cualquiera, un don nadie, es raptado sin razón alguna, manteniéndolo en un cuarto durante 15 años. Le inyectan drogas y le dan de comer, lo visten, todo, hacen que subsista en un cuarto encerrado sin poder ver la luz del sol. Un día, a través de métodos hipnóticos, lo dejan libre en la parte más alta de un edificio, le dan dinero y un teléfono celular, y desde aquel momento debe cobrar venganza en tan sólo cinco días […]. Al oír esto uno dice… ¡Vaya! Genial, innovadora trama, etc. Y se larga a mirar la cinta con una disposición de estar frente a algo no muy común.

Pero lo mejor de todo es ir descubriendo la forma en que se narra la historia. Deriva una perspicaz manera de apreciar los detalles, que poco a poco se complementan con el espacioso testimonio. El guión de Hwang Jo-yung, Joon-hyung Lim y el propio Park Chan-wook –que a la vez se inspira en un cuento original de Garon Tsuchiya y Nobuaki Minegishi-, es realmente sorprendente, fascinante. No puede haber mejor muestra de que con un guión así de complementado se puede crear, en diferentes condiciones, un Buen film con B mayúscula.

El director Park Chan-wook ('Three... Extremes', 'Chinjeolhan geumjassi' ['Sympathy for Lady Vengeance']) consigue proyectar, con secuencias muy logradas e ingeniosas, una serie de efectos inmediatos, extrayendo la esencia del peculiar argumento y dando vida a una sólida base que colapsa en la atención del público. No obstante, su trabajo hubiese sido perfecto si no es porque en algunas ocasiones se nos entremezcla mucho la trama y la fotografía no ayuda lo suficiente como para que la cinta fluya con un tono más ligero, y de esta forma se nos despeje un poco más el camino. Pero es sólo un detalle que no desprestigia descabelladamente el producto final, y puede darse por alto si es que no se determina de mayor valor, ya que a pesar de todo, resulta mucho más placentera la idea de aclarar las incógnitas mediante la fotografía y oscurecerlas a través de las actuaciones, diálogos, escenografía, etc. De todas formas es sólo una opinión personal y no una regla constitucional […].

Min-sik Choi (Oh Dae-su) ejecuta con aires magnificentes una definición artística bastante significativa, que se armoniza a la perfección con el ritmo de la película; melodramática y a ratos desafiante, cada vez que corresponde no falla, es indudable que aquella interpretación resulta adecuada en todo sentido de la palabra. Por otra parte, la ternura e inocencia de Hye-jeong Kang (Mido) se torna indispensable para el desarrollo de los eventos, que influye en los pulsos emocionales que adopta la historia en los momentos de más auge dentro del largometraje. Y sólo para presumir más… una mente perversa, fría; Ji-tae Yu (Woo Ji-tae) encarna la maldad llena de rencor y decidida a acabar sus planes cueste lo que cueste. Grandes personajes, muy bien expuestos y adaptados.



La música a veces se cuelga innecesariamente con melodías fuera de tono, otras se queda perfecta, incrustándose en los cuadros de mayor intriga y formando un sólo armamento audiovisual que se plasma directo en los sentidos. El trabajo musical se eleva hasta el cielo en la cumbre más gloriosa (especialmente en las partes donde el drama se apodera de los personajes), pero casi previsiblemente recae en sus vuelos y denigra la gravedad de ciertas tomas (sí, ahora me refiero a las escenas de acción).

Una gran producción, digna de elogios y aplausos, que, por muy fascinados que nos deje, es nuestro deber dar cuenta de que en el fondo no es como para volvernos locos ni subir a las estrellas, sin embargo, deja bastante claro que la originalidad es un punto fuerte en la cinematografía oriental, y que si estas ideas se pulen un tanto más, y a su vez se multiplican, estaríamos rodeados de maravillas fílmicas en todo el mundo, y no solamente en tierras asiáticas. En definitiva, una película que nadie puede perderse.

Por Sebastián Chávez Peña

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