'The Lake House' (2006) de Alejandro Agresti; Sutil Lucha de Amor Contra Tiempo y Espacio
Yo, que soy de esas personas que disfruta bastante de un sosegado estilo de cine, con películas hechas a disposición determinada de jugar con los aspectos más básicos de la vida real, y a su vez entremezclar la fantasía simulando que todo podría ser cierto en un frío mundo donde nadie cree nada, debo decir a secas que ‘The lake house’ me ha regalado una agradable tarde de verano.
Keanu Reeves y Sandra Bullock, tal y como lo hicieron una vez en la cinta de acción ‘Speed’, vuelven a unir sus dotes artísticos nuevamente, esta vez en una inusual historia romántica dirigida por Alejandro Agresti, que por cierto es remake… sí. El guión es adaptado por David Auburn de un largometraje Koreano lanzado hace seis años atrás, que por motivos de propagación fílmica internacional nunca pudimos ver y nunca lo haremos.
Vamos por parte. La trama es la siguiente; Kate Forster (Sandra Bullock) es una doctora que vive la vida debajo de una invisible nube de profunda melancolía. Inconforme con el amor que le da Morgan (Dylan Walsh), el típico novio provisorio que aparece de vez en cuando en su vida como el “peor es nada” -tan característicos en el mundo cinematográfico como en la realidad-, suspira día a día cuestionándose porqué dejó pasar tanto tiempo para encontrar su verdadero amor. Ella deja su casa, situada sobre un hermoso lago con una vista abundante de horizontes nostálgicos, para irse a vivir a la ciudad de Chicago. Antes de partir, deja en el buzón una carta para el futuro inquilino de la morada, con motivo de que éste remita el correo y así la haga llegar a su nuevo apartamento. Resulta que Alex Wyler (Keanu Reeves) es el nuevo arrendatario de la vivienda, y él mismo es quién descubre aquella nota, respondiéndola inmediatamente, tal como lo pidió la Dra. Forster. Lentamente, y a través de un constante intercambio de correspondencia, reparan en que ambos viven en tiempos diferentes, ella en el 2006 y él en el 2004. Con esto, además de iniciarse un casual romance, surge la idea de luchar contra las circunstancias que los separan, más allá de la disposición propia de los personajes, resistiendo al amor y haciendo frente al obstáculo cronológico, factor principal del largometraje.
Como argumento secundario, tenemos a Simon Wyler (Christopher Plummer), padre de Alex, quién posee una irregular relación con sus dos hijos, el hermano menor Henry (Ebon Moss-Bachrach) y por sobre todo con Alex. Tras fusionar aspectos de la trama principal, logran encontrarse el uno al otro sin obtener buenos resultados en sus conversaciones Padre-hijo. Quizás un aporte en su totalidad prescindible, pero que no ensucia ni atrasa la idea primordial, lo que anula de alguna forma lo que he dicho.
Si tuviera que describir la película con sólo dos conceptos, diría ‘tiempo’ y ‘amor’. Claro, y ustedes, los que la han visto deben pensar: ¿Y qué hay del destino? Bueno, a mi parecer se queda fuera. Tanto Kate como Alex poseen el poder de ordenar sus vidas como lo deseen, como debe ser si algún día estas cosas de la vida pasen en la vida misma, valga la redundancia. Imponiéndose por sobre la eventualidad de los acontecimientos, sosteniéndose de penetrantes relatos con voces en off, coqueteando en cada período de espacio análogo, parecido a un minuto pero semejante a miles de ellos.
Al principio supones que todo apunta a una teoría de universos paralelos, pero al cumplirse una duración determinada te percatas de que en el fondo están viviendo sus vidas dentro de un único cosmos, lo que hace que este trabajo audiovisual se convierta más aun en una amena narrativa artística. Pues bien, estando conscientes de que todo esto funda sus raíces en una fantasía oriental más, el ambiente en que está creada la película, sumando la patente química que existe en Reeves y Bullock, podemos decir sin titubear que a ratos se olvida que lo que está en pantalla es ficción, de que estamos hablando de portales en el tiempo. Es “el poder del amor que lo puede todo”… dicen.
Si bien, esta es una de esas películas donde ocurren cosas medio raras, es decir, eventos no convencionales teniendo como referencia las habituales cintas de romance, los protagonistas se desenvuelven en la historia de forma precisa y muy natural, como gente común y corriente. Quizás esto diferencia a ‘The lake house’ de pelis como ‘Eternal Sunshine of the Spotless Mind’ por ejemplo. Sólo los insólitos hechos otorgan el toque “no común” al resultado, no los personajes.
Alejandro Agreste, muy seguro de sí mismo en la realización del film, dirige con clara certidumbre esta película, no obstante gracias a Doug Davison y Roy Lee, quienes reúnen un notable equipo de producción.
Se agradece también la inclusión de la compositora Rachel Portman como encargada de la banda sonora, que se involucra íntimamente de comienzo a fin, y luciéndose más que nada en las acertadas tonadas que comprenden las escenas de nostalgia, las cuales provocan sensibilidad, nos transporta al mismo lugar de los personajes. Me refiero a aquellas tomas donde el personaje de Alex se acomoda con cerveza mano, en la terraza de la famosa “casa en el lago”, para ver la puesta de sol que lo obliga a reflexionar sobre su situación con la doctora kate del futuro. Por cierto, el tema final, cuando aparecen los créditos, nada más ni nada menos que Paul McCartney mete mano con un hermoso tema llamado "This Never Happened Before".
Gracias a ello, todo se funde en una liviana atmósfera sensorial, que no abusa de las típicas acotaciones hollywoodenses y que deja fuera a un público ansioso de efectos animados, terror como plato de fondo o superficiales explosiones de acción. Esto es algo más profundo… bueno, no tanto, sin embargo, para nada del montón.
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